domingo, 8 de enero de 2012

You and me go masquerading

La gente bailaba despreocupada a su alrededor, como si se tratara de una bonita coreografía.

Planchó una vez más su vestido y se dirigió hacia un lateral de aquel enorme salón. Mientras se abría paso entre las masas, observó como todo estaba perfectamente decorado. Se imaginaba en la Venecia de hacía ya bastantes años, en una fiesta exclusiva, pero en una época completamente distinta.

No estaba muy segura de cómo sentirse. Aquellas máscaras convertían a sus propietarios en la personas que ellos quisieran ser. Por una noche toda esa gente podría convertirse en quienes más desearan, sin prejucios, sin tener que dar la cara. Lo cual, a su vez, incluía todo lo que no era nada bueno. Podías ser un ángel con aureola incluída, pero también el mismísimo diablo.

Ella por su parte había escogido aquella fiesta para decírselo. No le desvelaría quién era, no hacia falta, él por si solo lo descubriría, probablemente. Y luego, saldría corriendo. Sí, eso era lo que iba hacer. Y sin embargo, al mismo tiempo, deseaba que la viera, que supiera que era ella con toda seguridad. Pero, como tantas otras veces, era consciente de que no se trataba del momento más adecuado.

Recorrió de nuevo la estancia, pero esta vez solo le buscaba a él y una vez lo hubo encontrado, se acercó sigilosamente, dejando que la música absorbiera el eco de sus pasos.

Tan solo estaba a escasos metros de él cuando su corazón empezó a latir más deprisa y en su estómago comenzaron a danzar cien mariposas al unísono. Fue el momento perfecto para escuchar la balada que acababan de poner. Sus miradas se encontraron como en el más maravilloso cuento de hadas y sin siquiera tener que darse permiso uno al otro, empezaron a mover los pies al ritmo de la música que les mecía. Él creía no conocer a aquella hermosa chica a la que sostenía entre sus brazos y ella no podría haberle confundido con ningún otro. Bailaron pegados, apoyados el uno en el otro, sintiendo su respiración.

Una vez acabada la canción, llegó el momento de las confesiones. Ella se acercó a su oído y le dijo aquello que tenía miedo de sentir. Pronunció esas dos palabras, que pese a estar formadas por tan pocas letras, significaban más de lo que ninguno de los dos pudiera llegar a imaginar.

Y dicho esto, se dió la vuelta, respiró hondo y salió corriendo, tal y como tenía planeado. Dejó que sus pies la llevaran lejos, la sacaran de allí lo más rápido posible.

Lo había hecho, pese a que ahora saliera despavorida, lo había hecho. Y justo cuando estaba a punto de cruzar la puerta para llegar a la calle, justo entonces, una mano la agarró. Se dio la vuelta y le vio. En realidad no podía ver nada más que sus vivos ojos marrones, para algo llevaba una máscara, pero sin duda alguna era él.

Se subió su careta hasta que dejó de taparle la cara y acercó sus labios a los de la chica. Y justo cuando estaba a punto de besarla, se paró, la miró a los ojos y pronunció su nombre a modo de pregunta.

Y con él a tan solo dos centímetros, ella se quitó el antifaz y descubrió su rostro, sonrojado ante tal afluencia de sentimientos.

Por toda respuesta él sonrió y la besó.


Sin duda alguna se trata de una bonita historia, una de esas que no crees que podrán pasarte a ti, una de esas con las que piensas en la imaginación que poseen los que escriben. Pero, ¿y si te dijera que se trata de una historia real? ¿Y si te dijera que todo esto ocurrió en algún lugar no hace mucho tiempo?

Vale, esta vez no es cierto, pero recordar que en muchas ocasiones la realidad supera la ficción.

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